Lugar: Madrid Fecha: Diciembre 2013 y enero 2014 Hora: No hay horas para esto. Protagonistas: Unas ayudas económicas fallidas, un disgusto, una propuesta, una idea.
Decía Winston Churchill, en una de las muchas frases que le hicieron pasar a la historia (aparte de los puros), que “el éxito es la habilidad de ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo”. Lo cierto es que el orondo mandatario, que también dijo aquello de la sangre, el sudor y las lágrimas, no podía haber atinado mejor. Si uno lo piensa relajadamente (suertudos aparte, que alguno hay) nuestra vida es un cúmulo de fracasos donde se pone a prueba las ganas (o no) de seguir hacia delante. Ante tal encrucijada, algunos se resignan, otros sobrellevan el asunto lo mejor que pueden, la mayoría procuran no pensar demasiado en ello, y unos cuantos mantienen constante la ilusión de conseguir los objetivos que se habían marcado tiempo atrás. En mi caso creo que soy una combinación de todo un poco: a veces me resigno, llevo lo mejor que puedo los reveses, pero aun así hay instantes en que me hundo, sufro una brusca caída a los infiernos en la que pongo en duda el sentido de todo lo que hago, aun así intento pensar en otras cosas que permitan no amargarme definitivamente, y es entonces cuando surge de la nada una nueva idea que me hace ilusionarme de nuevo.
El pasado mes de diciembre me encontraba a la espera de la resolución de las ayudas que otorga Ibermedia. Para los profanos, éste es un programa que trata de estimular la co-producción entre los países Iberoamericanos, entre los que se encuentra España. Una de las formas que tienen para espolear la cooperación entre estas cinematografías son ayudas económicas que sirven de catalizador para la futura financiación de proyectos cinematográficos. En mi caso estaba pendiente de la resolución de las ayudas a guión para el proyecto de largometraje “Niños de tiza” (basado en la espléndida novela de David Torres). No era una gran cantidad, lo suficiente para pagar mi labor durante dos años en la escritura del guión, pero también para seguir buscando co-producción tanto en España como en Iberoamerica, en especial México, donde transcurre una de las principales escenas de la película.
Tanto yo, como las tres personas que me han ayudado a mover esta historia e intentar producirla (Hugo Serra, con quien he hecho todos mis cortometrajes, Rodrigo López, que ya estuvo en uno de mis proyectos, como Yadira Ávalos, un directora de producción mexicana residente en Madrid), teníamos bastantes esperanzas de que nos dieran ese dinero (que es una especie de adelanto que luego tienes que devolver si se produce la película) ya que previamente la historia fue seleccionada, junto a otros 17 proyectos de Sudamérica y España, para el curso que organiza la propia Ibermedia (además de la Academia de Cine Española y EGEDA, la asociación que engloba a los productores españoles) donde durante dos meses trabajas bajo la supervisión de una serie de guionistas con bastante reputación (en mi caso David Muñoz y Alicia Paz García Diego) con el objetivo de mejorar tu guión.
Pese a haber estado en el curso un año antes, lamentablemente no fuimos seleccionados para estas ayudas. Bueno, esto entra dentro de lo normal: son muchos los llamados y pocos los elegidos, por ponernos bíblicos. Pero da igual, cuando no te seleccionan o nominan o subvencionan o premian, el disgusto que te llevas es grande, y quien lo niegue es que miente más que habla, o le gusta ir de guay del Paraguay, que es también muy habitual. Y es lógico: hay mucho trabajo detrás de cada proyecto, cada uno piensa que su historia es especial, diferente y que tiene cabida entre las privilegiadas que consiguen ser producidas. Lo anormal sería lo contrario. Cuando descubrí on-line que “Niños de tiza” (iba bajando por la pantalla con el ratón a medida que se me iba cerrando el ojete al no ver mi nombre por ninguna parte) no estaba entre los proyectos seleccionados, debo decir que me hundí un poco. Te da un bajón y se te quitan las ganas de no hacer nada. Piensas que no vales para este oficio, que todo lo que has hecho es mero artificio, que debiste seguir otro camino, haberte dedicado a un trabajo serio, tener una nómina habitual, buscar un camino seguro, llevar una vida más o menos normal, unas vacaciones de verano regulares, no complicarte la vida inútilmente, arrejuntarte con alguien, incluso tener un perro, aunque esto no lo veo porque sufro de asma por el pelo de estos entrañables animales, así que el can no sería buena idea. El disgusto dura un rato, quizás un día, no mucho más, así que para paliarlo rápidamente hay que tomar medidas urgentes. En mi caso, lo tengo fácil: comer.
Como soy algo caprichoso, un tanto tragaldabas, y un mucho de pequeños antojos, como si fuera una embarazada, que es el mejor símil ya que cada proyecto es como un futuro hijo tuyo, tras el desencanto me dio por ir a un Mallorca cercano a mi casa y comprar una palmera de chocolate ¿Por qué el Mallorca y no otra pastelería? Pues porque tienen unas palmeras dobles con trufa por dentro que te caes de culo; una bomba, sí, pero perfecta para contrarrestar disgustos.
Camino de casa, disfrutando de mi palmera, decidí que no venía al caso darle más vueltas al asunto del dinero no recibido, regodearse en la desgracia sirve para un ratillo (¡¡Ay, Señor, qué hecho yo para merecer esto y esas cosas que se dicen!!!), pero luego hay que seguir tirando pa lante, además, no será la primera vez ni la última en la que el fracaso llama a la puerta de uno. Así que, mientras saboreaba la trufa, pensé en que había que hacer algo nuevo, algo motivador, algo que me ponga las pilas. Eso no significa aparcar “Niños de tiza”, una negra, dura y melancólica historia que transcurre entre el año 2005 y los años ochenta, pero tras dos años de rechazos por parte de productoras, y el no ser seleccionado por Ibermedia, me hizo llegar a la conclusión de que son malos tiempos para intentar sacar adelante una película de género (en este caso thriller) con un presupuesto medio-bajo de los de antes de la crisis, siendo además una ópera prima. Hay que buscar una alternativa, seguir haciendo cosas hasta que llegue el momento oportuno en que se pueda llamar la atención lo suficiente con lo que uno ha realizado y que alguien entonces confíe en el proyecto.
Llevaba tiempo barruntando una idea para escribir un nuevo largometraje, que sería el séptimo de mi vida. Pero ya no puedo cometer los errores del pasado cuando soñaba despierto con historias ambiciosas que tienen presupuestos que hoy resultan imposibles. La idea que llevaba tiempo surcando por mi cabeza incluso tiene una de esas temáticas llamadas “universales”, pero lo más importante, es una historia que se podría rodar con un presupuesto bajo y que entraría en eso tan de moda que ya parece un género en sí mismo: el low cost, es decir, películas en las que la gente curra ganando lo mínimo común múltiplo, o denominador, como prefieran. Es la realidad de la actual industria del cine español: o se hacen películas con presupuestos que bajan del medio millón de euros, incluso mucho menos, donde la gente cobra lo mínimo por Convenio, si es que cobran; o ya te tienes que ir a producciones con el apoyo de las televisiones privadas, que arriesgan lo justo (como es lógico), en las que los presupuestos de dos o tres millones euros se destinan a comedias de estilo americano, y si son otros géneros, buscan directores consagrados, o bien películas de animación buscando un público infantil, o grandes producciones hechas en inglés tipo “Lo imposible”. Digamos que, al igual que ha pasado con la sociedad, la clase media tiende a desaparecer.
Escribir una nueva historia para un largo cuesta meses de trabajo, aunque sea realmente lo que más disfruto, pero necesita su tiempo. A su vez, llevo más de tres años sin rodar algo con enjundia desde que hice “Tchang”, el que fue mi cuarto cortometraje, el más ambicioso de todos, que duraba casi media hora y que costó cuatro años sacar adelante, justo desde el momento en que decidí dejar la televisión, allá por el año 2005. Fue un mediometraje inspirado en una pequeña noticia que apareció en El País en el año 2004, una historia de aventuras rodada en alta montaña, con el trasfondo de la violencia de ETA, y lo que supone acercarse a ese tema (aunque sea de contexto) que es considerado tabú por mucha gente de la industria. Con lo prohibido, o que causa recelos, me pasa lo mismo que con los fracasos, me entran mil dudas, me pregunto que gano con meterme en semejantes saraos, pero luego me como una palmera de chocolate (o similares), se me quitan las dudas y me tiro de cabeza.
Y algo parecido es lo que me ha conducido a la situación en la que me encuentro ahora mismo. Hace tiempo me dije que no haría más cortos, pero no por nada, sino por el enorme esfuerzo que tienes hacer sin saber si tu trabajo tendrá la trascendencia suficiente, además de no ganar un duro, o si lo verán las personas adecuadas para decidir si tienes capacidad para echarte a la espalda cualquier producción. Y quizás ahí radica el error. Al igual que sucede con los largometrajes, uno debe pensar en lo verdaderamente importante: contar la historia, desear ver en pantalla lo que te gustaría ver como espectador. “Tchang” era algo que necesitaba ver, regresar a la aventura clásica a lo David Lean, contar una pequeña historia de amistad y redención, en un marco de naturaleza grandioso y con el trasfondo de un conflicto histórico. De hecho fue un esfuerzo de película, con ochenta mil euros de presupuesto (una locura para un corto, hoy en día, por ejemplo, se hacen películas low cost por esa cantidad, o incluso menos) que costaron lo suyo poder conseguir, si no hubiese sido por la implicación de hasta cuatro productoras (de distintas zonas del país) en el proyecto. Fue un corto financiado con ayudas públicas que siempre requieren mucho trabajo (de hecho fuimos rechazados por el Instituto de Cinematografía y Artes Audiovisuales – ICAA – durante tres años seguidos, hasta que por fin nos lo dieron), pero también con las generosas aportaciones privadas de otras organizaciones (Fundación de la Guardia Civil y la Fundación Cultura de Paz, que dirige Federico Mayor Zaragoza) que creyeron en la historia desde el primer momento. Estuvimos entre los 10 finalistas de los Goya 2011. Gané (junto a Daniel Strömbeck, que me ayudó en la dirección) el premio de mejor director en el Festival de Málaga, nos seleccionaron en unos cuantos festivales tanto nacionales como internacionales (como les pasa a más cortos de otros compañeros, en esto no soy excepcional), pero para mí lo más importante eran los mensajes que me llegaban por Facebook de gente anónima que habían visto el corto (lo dejamos on line durante 15 días, obteniendo 120.000 visionados), que les había gustado y que habían entendido lo que la historia trataba de contar. Por supuesto, también obtuvo sus críticas malas, gente a los que no convencía cinematográficamente hablando, y al ser un tema polémico, también hubo algún que otro encabronamiento, en especial por el final, pero esto último me hizo pensar que había acertado de pleno porque sabía a qué tipo de gente cabrearía. A pesar de las satisfacciones, acabé realmente agotado tras Tchang, me dije una y no más Santo Tomás, que si hacía de nuevo un esfuerzo de ese calibre, que fuera para un largometraje… No podía estar más equivocado.
Necesito rodar algo, escribir me fascina, pero me lleva su tiempo, y en ello estoy, pero una vez te metes en este mundo, no puedes estar sin pisar un set mucho tiempo. Quizás fui muy ambicioso con un mediometraje como Tchang, aunque creo que contar historias complejas, aunque sean en formato corto, son también muy necesarias. Ya sean con grandes o pequeñas las historias, uno no se puede quedar parado, más en estos tiempos oscuros.
A finales del año que acaba de terminar, surgió una iniciativa llamada Sequence. Organizado por JamesonNotodofilmfest, la idea era que un grupo de directores rodaran cortos de tres minutos y medio (con el mejor espíritu Notodofilm, ya saben, los pequeños cortos on-line que si gustan a la gente llegan a hacerse virales), pero con la condición de que fuera un plano secuencia (rodar una secuencia entera en continuidad, en un solo plano, sin corte alguno hasta su finalización) y se hiciesen todos el mismo día, casi a la misma hora, para en 24 horas estrenarlos. Lo que me gustó es que era algo que se podía rodar con rapidez, casi sin pensárselo mucho, con cierta inmediatez y posibilidad de que la gente lo pudiera ver. Había que escribir un tratamiento de dos páginas y mandarlo a una dirección de correo electrónico para ver si era seleccionado.
Mi primer cortometraje (“La mirada de los inocentes”), que fue documental, de hecho surgió de una iniciativa parecida: un grupo de cineastas que hicieron 25 cortometrajes de cinco minutos de duración cada uno, teniendo el 11-M como telón de fondo. Por aquella época trabajaba como Location manager (el busca los exteriores) en Globomedia, pero llevaba años escribiendo guiones y tenía la necesidad de hacerlos realidad. Mandé un par de folios, les gustó a los que organizaron la película, pero te lo producías tú mismo, además de afrontar la que fue mi primera incursión en la dirección. Y lo conseguí: fue mi primer cortometraje, englobado en una película con otros 24 directores, se estrenó en algunos cines, además de en TVE. Para esta nueva iniciativa de Sequence, no tenía ninguna idea concreta, pero ya estimula pensar qué historia se podría contar en tres minutos y en plano secuencia.
Y surgió una imagen, porque muchas historias surgen de imágenes que vienen a tu cabeza. En mi caso: un hombre corriendo, haciendo deporte concretamente. Quizás porque desde hace tiempo tengo en mi interior la necesidad de contar una historia sobre un corredor (o corredora) de fondo. Pero para un plano secuencia de tres minutos y medio es necesario dar un giro, algo muy clásico en los cortos del Notodofilm, engañar al espectador, hacer creer que están viendo una cosa, que luego resulta lo contrario. Y en mi idea, el corredor realmente no está haciendo footing, sino que persigue a alguien. Poco a poco vas concatenando ideas e imágenes en un proceso creativo que suele resultar fascinante. Ese alguien al que persigue podría ser cualquiera, pero pensé que debía ser una mujer. Y entonces surgió otra palabra tabú: violación.
Cuando les conté la idea a compañeros de sector como Mario San Emeterio, Mónica Mateo y Hugo Serra, en un encuentro en casa de éste último, se produjeron reacciones variadas. Debo decir que la mayoría eran de rechazo, no veían muy claro eso de contar simplemente una violación. Alguno me dijo que era un tema que le parecía feo para llevarlo a la pantalla. Otro me dijo que la historia era muy lineal, que nunca lo seleccionarían en algo como el Notodofilm, aunque tenga mucha fuerza visual. Mónica, la única chica en ese momento, y compañera que ha llevado la producción de varios trabajos que he realizado, no le pareció mal siendo como es un tema espinoso, aunque estaba de acuerdo que de momento el guión era muy lineal. Y todos ellos tenían razón en sus argumentos.
El reto de construir una historia, en especial si la empiezas a tantear con otras personas, es hacer las mejoras convenientes, pero sin traicionar el motivo por el que quieres contar ésa concreta, y no otra. Y fue así cómo empezó a crecer un guión que ya se había quedado pequeño para la propuesta del Sequence. Animado por Aitor Uribarri (el director de fotografía de Tchang, y de otros trabajos míos, además de director de un ambicioso cortometraje de ciencia ficción llamado “Horizonte”, donde también fui uno de los co-productores) me empecé a olvidar del concurso, me recordó que había pasado tiempo desde Tchang y que necesitaba rodar algo nuevo. De pronto, los tres minutos y medio se convirtieron en un plano secuencia de quince minutos. El protagonista pasó a ser una mujer joven que corre regularmente cada día en un parque en medio de la ciudad y se topa casualmente con un hombre que también hace deporte, pero que esconde otras intenciones en su interior. Los puntos de vista en el guión van de un personaje a otro, metiendo literalmente la cámara (uno de los retos técnicos) dentro de los actores, para ofrecer distintos planos subjetivos (punto de vista) de la historia; además, esa sencilla imagen inicial de un tipo corriendo se ha convertido en una historia de suspense y terror (al estilo “El diablo sobre ruedas” de Spielberg) a plena luz del día. Así que, sin comerlo ni beberlo, me encuentro actualmente ante el reto de rodar un nuevo (y ambicioso) cortometraje que es complejo en lo temático, en lo visual, en lo narrativo, en lo técnico y encima no sólo escribo y dirijo, sino que lo produzco… No tengo remedio.
Continuará…
© Gonzalo Visedo
(Habrá que ir haciendo hueco a la nueva locura… ¡Señor, en qué líos me meto!)
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